Uno de mis sueños es llevar adelante un emprendimiento gastronómico propio, y seguramente a este deseo aún no cumplido, se debe mi lado "quisquilloso" gastronómicamente hablando.
Para mí, ir a comer afuera, es algo que debe ser difrutado desde que uno llega hasta que se va, es una especie de ritual que debe satisfacernos no sólo desde el aspecto de lo que consumimos, sino también desde el clima, la atención y hasta los mínimos detalles.
Algunos de esos detalles mínimos y no tan mínimos, que me resultan imperdonables, a continuación:
- El queso rallado en paquetitos (ni que hablar si la especialidad del restaurant son las pastas), esto es casi una herejía.
- Hablando de pastas: los ñoquis (o gnocchis, como prefieran) sin "rulito", no son ñoquis, son bolitas de masa. Sépanlo.
- Siguiendo con las pastas, los lugares donde sirven las pastas con un golpe de microondas.
- Los lugares que cobran cubierto, y no ponen algo para "entretener el estómago" hasta que llegan los platos (p.e. las clásicas mantequitas).
- Los mozos sin oficio. Es notoria la diferencia entre el mozo de profesión, y el mozo al que no lo quedó otra que trabajar de mozo; no me quejaría si los segundos intentaran aprender de los primeros, pero me molesta la actitud de "es-lo-que-hay".
- Siguiendo con los mozos, aquellos que no avisan cuando el plato es para compartir.
- Los lugares donde, sin ser pubs ni similares, te ponen la música que debiera ser funcional a un volumen que imposibilita la conversación.
- Los lugares con baños impresentables.
Estos son algunos, aunque no todos. La combinación de varios de estos factores seguramente harán que mi visita al restaurant sea "debut y despedida".
De más está decir que la propina que dejo no es un porcentaje del monto de la cuenta, sino que es directamente proporcional a la atención recibida. Es decir, el que quiere propina, que se la gane!
Hace 6 meses.