Soy culpable... tengo a mi conciencia como único jurado, y con su dedo implacable me señala: culpable.
Tengo atenuantes... no son excusas, lo juro, me hago cargo de mis acciones, pero quiero aclarar que hay motivos, no caprichos.
No pude... me mentí a mí misma, que mañana que pasado, pero en el fondo sabía que no iba a volver, y te abandoné cuando más lo necesitabas.
Ni siquiera puedo pedirte que me entiendas, porque uno en un momento así sólo puede entender su priopia idiosincrasia.
No supe... pensé en la mejor manera de volver a pasar por el mismo calvario para poder acompañarte, pero no supe como hacerlo sin relegar en ello mi propia salud mental.
No quise... era feliz después de muchos años de sufrir un golpe tras otro, y si me quedaba con vos, mi propia inestabilidad emocional iba a provocar que la fuente de mi felicidad desapareciera así de fácil como había aparecido.
No tuve coraje... no podía verte deteriorar día a día, y quizás a riesgo de que me odies por el resto de tus días, prefiero recordarte bien, como la última vez que te ví.
Soy culpable, no lo niego... fui una mala amiga, lo sé. Pero un pedazo de mi vida también se ponía en riesgo...
La vida esta llena de encrucijadas, todos los días debemos tomar decisiones y algunas nos dejan una marca indeleble en el alma. Yo decidí... decidí que quería ser feliz, y sabía que la consecuencia iba a ser este veredicto.
Sabía que iba a ser culpable por el resto de mi vida, y que la condena sería vivir preguntándome como estarás... porque siempre me pregunto como estarás, nunca considero la posibilidad de que ya no estés.
Hace 6 meses.
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